La impronta de la mar en la Bajada de la Virgen de Las Nieves III

Barquillo de vela latina en el puerto de Santa Cruz de La Palma 1900

Mario Suárez Rosa

Las competiciones de vela latina en Canarias

La navegación a vela ha sido una actividad inherente al desarrollo de las islas, convirtiéndose en el vehículo con que el canario se abrió al exterior: comerció, buscó sustento a través de la pesca, y también lo utilizó para ir al encuentro de un futuro mejor. 

En el caso de la vela latina, parece clara la influencia portuguesa en su introducción en el Archipiélago. Como hemos visto, desde finales del siglo XIV, navegantes gallegos, andaluces y, sobre todo, portugueses, trasladaron hasta las islas el fervor por San Telmo, patrón de los hombres de la mar. En torno a esta figura se crean las hermandades de mareantes, que rápidamente se extendieron por todas las islas, constituyendo de alguna manera el germen de las actuales cofradías de pescadores. Igualmente, la nomenclatura de botes y barquillos de vela latina canaria está plagada de portuguesismos, lo que corrobora esa influencia lusitana.

No obstante, tal y como recoge el investigador Alejandro Rodríguez Buenafuente en su obra La vela latina canaria, la navegación a vela en ocasiones apartó su condición de herramienta de trabajo para manifestarse de forma lúdica y recreativa, cuando había tiempo y ocasión, en forma de desafíos y regatas de mayor o menor seriedad. En una época en que la oferta de ocio era más bien escasa, las competiciones entre barcos de vela adquirían un importante carácter social, aportando prestigio más allá de lo profesional a los ganadores. Un ejemplo de ello lo encontramos entre los barcos que iban a pescar a la costa africana; tanto al ir a la faena como al regresar, era frecuente que dos o más compitieran por ver quién llegaba antes.

Pero las mayores competencias se realizaban entre los pequeños barcos usados para la pesca litoral, el cabotaje insular o las operaciones portuarias con motivo de celebraciones festivas. Estas embarcaciones portaban un aparejo compuesto por un palo y una percha o palanca (en ocasiones se usaban los mismos remos) sobre los que envergaban una vela triangular denominada vela latina. En el entorno que nos ocupa, ser más marinero y realizar un mejor manejo de las velas, que se tradujera en una victoria ante los demás, implicaba un reconocimiento y respeto dentro de la comunidad. Esta demostración de marinería difícilmente se podía realizar en el ámbito laboral, por el peligro que suponía la pérdida de la pesca o mercancía transportada en caso de «revirada». Por ello, cualquier motivo era bueno para lucirse como habilidoso marinero.

Ya desde mediados del siglo XIX tenemos constancia de la existencia de distintas competiciones con motivos festivos en las islas, si bien estas se llevaban a cabo de forma esporádica y sin mucho rigor. Desde entonces, se han celebrado en mayor o menor medida en prácticamente todos los núcleos pesqueros del Archipiélago: San Sebastián de La Gomera, Los Cristianos, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de G. C., Puerto de la Cruz, San Andrés, Corralejo, Arrecife, Santa Cruz de La Palma…

Esta actividad decae en la década de los 60 del pasado siglo, hasta que a finales de los 70 se crea en Lanzarote el Club de Vela San Ginés, que comenzó a organizar competiciones de forma reglada en los años posteriores, dando pie a la creación del deporte de la vela latina, tal y como lo conocemos en la actualidad. Con el paso de los años, se fueron incorporando el resto de islas a la práctica deportiva: Fuerteventura (1991), Tenerife (1993), Gran Canaria (2001) y La Palma (2016) con la constitución del Club de Vela Latina Benahoare.

El barquillo es una embarcación tradicional pensada principalmente para la pesca de bajura. Estaba configurado con puntas en sus extremos, sin cubierta, con medios puentes en popa y proa, y cierre curvo de la quilla a proa y popa para facilitar el varado en las playas o calas de cantos rodados en condiciones de mar dura. Las medidas variaban de los 2,5 a los 10 metros de eslora por 1 a 2 metros de manga. Según su tamaño e isla de procedencia, sus denominaciones también variaban: chalanas, botes, barquillos, falúas, candrays, lanchas…

En La Palma, al igual que en el resto de las islas, entre las embarcaciones que iban a pescar a la costa africana, tanto al ir a la faena como al regresar, era frecuente que dos o más barcos compitieran por ver quién llegaba antes. Contaba Ramón Vargas Sánchez, marino y persona muy vinculada al puerto, que escuchaba de niño los relatos de cómo su abuelo Ramón Vargas Pérez, patrón del Taburiente (pailebote de 29 toneladas, construido por Sebastián Arozena Díaz en 1919), y su tío abuelo Benito Padrón González, patrón del Mosquito (pailebote de 74 toneladas, construido por Sebastián Arozena Lemos en 1869), apostaban la noche antes de hacerse a la mar quién llegaría primero a la Costa.

La festividad del Carmen era una de las ocasiones en las que se celebraron regatas de vela latina hasta mediados del siglo XX. Otro de los motivos era la visita de algún barco de guerra, como los navíos alemanes, acorazado Elsa y crucero Nymphe, en mayo de 1927. En esa ocasión se presentaron en aguas del puerto de Santa Cruz de La Palma cuatro botes de vela: Alfredo, Tanausú, Osea e Idafe, habiendo llegado a la meta en primer lugar el Alfredo y en segundo lugar el Osea. El ganador obtuvo el premio de una copa de plata donada por la comisión de festejos encargada de agasajar a la representación germana, y un escudo regalado por el comodoro de los buques alemanes.