Del videojuego a la pasarela: el cosplay conquista ‘Gaming Experience Gran Canaria’
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Los personajes de videojuegos y animes saltaron del píxel a la vida real durante los tres días de festival
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Con más de 40.000 asistentes el Gaming Experience Gran Canaria cierra su primera edición superando todas las previsiones y consolidándose como el evento de referencia del sector en el archipiélago
Las Palmas de Gran Canaria, 17 de junio de 2025. Un hobbie, una coraza, una muestra de amor, un estilo de vida. En el Centro comercial Alisios no cabía un alfiler, pero no por las rebajas, ni por los helados. Las culturas urbanas abarcan un amplio espectro de lo que se vive cada día en las calles. Ellas hacen comunidad, muchas veces escondidas o marginadas. El domingo por la tarde, los pasillos brillaban con otra luz: la de las espadas de cartón pintado, los ojos violetas de lentilla y las capas imposibles que ondeaban entre las multitudes. En la pasarela final del festival Gaming Experience Gran Canaria, el cosplay, esa mezcla entre disfrute estético, juego de identidades y activismo pop, se quitó la careta para llevar, por fin, la suya.
“No es un disfraz. Es cosplay”, la frase se repitió como mantra a lo largo del fin de semana. La decía Irene, por ejemplo, vestida de Capitano, un personaje de un reino ficticio, destruido hace cinco siglos, que lleva máscara porque su rostro ya no aguanta el tiempo. Lo reafirmaba luego Lu, una de las jurados del concurso que se disputó a lo largo del festival: “El cosplay viene de costume y play. Es interpretar, ponerte la piel del personaje y hacerlo tuyo”.
Lu lleva desde 2016 metida en este mundo. Su trabajo, dice, es limpiar oficinas, pero su vocación se materializa con pistolas de silicona, impresoras 3D, pelucas que fabrica y vende, y eventos que monta con una productora: “A veces la gente cree que esto es un juego pero cuesta dinero, tiempo y esfuerzo. Hay que pagar los materiales, los viajes, los nervios. Aún así, sí, se puede vivir de esto o al menos sobrevivir con ello”.
A su alrededor, los aplausos lo confirmaban. Al ritmo de bandas sonoras y efectos de sonido, personajes salidos de videojuegos, anime, películas y hasta mitología tejían una escena colectiva que mezclaba a Naruto con Loki, a Jinx con piratas, a brujos, demonios, hechiceros y androides. Algunos desfilaban; otros actuaban, pero todos compartían algo: una comunidad.
“Somos frikis, sí, pero con orgullo”, lo dicen en bloque Ervan, Troxer, Shooten, Snake y Nachi, un grupo de cosplayers veteranos. El armario de solo uno de ellos acumula más de 200 trajes hechos a mano, con estructuras móviles, alas articuladas, armaduras de espuma y pelucas montadas con alambre y paciencia: “El cosplay ha sido siempre un rincón, un reducto. Aquí en Canarias empezó pequeño con un evento al año y ahora hay movimiento casi cada mes”, dijo uno y asintieron todos.
Si hubiera que apostar por lo que más les gusta estaría claro: la libertad. “Tú puedes hacerte un traje entero con retales de tu armario o comprarte uno por internet. Puedes subirte a la pasarela e interpretar o quedarte en una esquina haciendo fotos. Aquí nadie te juzga”.
Aunque sí recuerdan cuando sí lo hacían: “Antes nos miraban raro. Te vestías de personaje y te tachaban de friki, de infantil, de raro… pero ahora es distinto, hay más respeto. Incluso las empresas empiezan a valorar lo que aportamos.” De hecho, este año fueron invitados como jurado, como show, como parte esencial del festival.
La pasarela, por momentos, se pareció a un desfile de moda distorsionado por una Comic-Con. Algunos participantes se limitaban a caminar y posar, otros representaban soliloquios dramáticos, giros de cámara imaginaria: “Hay cosplays para evento, para concurso y para vida diaria”, explican, “pero todos tienen algo en común: son una forma de contar quién eres sin tener que decirlo”.
Al final, aunque cueste 300 euros, aunque tengas que ensayar durante semanas, aunque la peluca pique, el cosplay tiene algo de reparación íntima: “cuando encuentras un personaje que te representa, lo sientes en el cuerpo”. Irene lo decía con la voz dulce, antes de volver a esconderse detrás de la máscara de Capitano.
En un mundo que exige autenticidad pero castiga la diferencia, ellos han aprendido a mutar. A ser otros para encontrarse a sí mismos. A crear con las manos una forma de existencia que a menudo se les niega fuera del escenario. En el Centro Comercial Alisios, por tres días, fueron los protagonistas.