EL NACIONALISMO LINGÜÍSTICO ESPAÑOL TIENDE A REDUCIR LAS VARIEDADES DIALECTALES EN SOCIOLECTOS VULGARES. COMBATIENDO EL HABLISMO Y LA DESLEALTAD LINGÜÍSTICA
Por Miguel Ángel Hernández Concepción.
Profesor Bachillerato, Acceso a la Universidad Personas Adultas, Especialista e Investigador-R2. Acreditado para la Evaluación y Dirección de Centros.
El hablismo tiene mucho de régimen totalitario en materia lingüística. El hablista, según la RAE1, es aquella persona que se distingue por la propiedad y elegancia con que emplea el idioma. Quizás por ello, los (las) hablistas se creen con el derecho de excluir a las personas que no hablan como ellos o ellas y esto es clasismo del más puro y rancio. Pero, no nos engañemos, quién determina lo que es apropiado o inapropiado o que una variante lingüística sea considerada mejor o peor, más elegante o menos. Lingüísticamente nada hay que haga inferiores, peores o malas a las diferentes hablas meriodionales como el canario, el andaluz, extremeño o murciano, por ejemplo. El peligro es permitir que el nacionalismo lingüístico español reduzca o identifique el habla canaria, andaluza, extremeña o murciana con el rango de sociolecto vulgar como si no hubiese canarios (as), andaluces (andaluzas), extremeños(as) y murcianos (as) capaces de emplear un sociolecto medio y variedad formal o culto y variedad profesional, con uso de jerga técnica.
Cosa diferente es la corrección o no del discurso, del uso que se hace de la variante de la lengua y no de la variación lingüística y sus registros idiomáticos como hay que enseñar al alumnado. Y todo esto es porque muchos canarios(as), andaluces(andaluzas), extremeños(as) y murcianos(as) cuando se encuentran en presencia de los miembros de su clase o grupo social, rehúyen el uso de formas de hablar diferentes a la canaria, andaluza, extremeña y murciana por temor a la burla y a la crítica de sus iguales locales, pero lo cierto es que, siempre que tienen la más mínima oportunidad, traicionan a su grupo social e imitan la norma idiomática que consideran correcta, como el castellano peninsular en el caso de los(las) canarios (as). A este fenómeno se le conoce como deslealtad lingüística del canario(a), andaluz(a), extremeño(a) o murciano(a) hacia su forma de hablar que contiene palabras que se sienten rústicas y que han venido significando miseria, ignorancia o atraso y que son abandonadas porque algunos(as) de estos(as) hablantes tienen una percepción inferior de su variedad lingüística. En otra ocasión me referiré al acervo léxico-semántico que canarios, como mis abuelos maternos, dejaron en el habla de la comunidad de pescadores imraguen de las costas mauritanas hasta la retirada del Sahara Occidental en el siglo XX.
Así, pues, desde la antropología lingüística, no existe tal superioridad mítica del castellano con respecto a sus variantes diatópicas o dialectales tales como la canaria, andaluza, extremeña o murciana. Parece mentira que en pleno siglo XXI la derecha o ultraderecha lingüística quiera seguir imponiendo su variedad lingüística en los medios de comunicación y/o en el sistema educativo considerando que la norma castellana vale más que la norma canaria, andaluza, extremeña o murciana con sus respectivas creaciones léxico-semánticas, morfosintácticas o pragmáticas particulares. Lo mismo vale para el conflicto del bilingüismo en ciertas comunidades autónomas como la catalana, balear, valenciana, gallega y vasca. Va siendo hora de que los profesionales de la lingüística nos manifestemos sobre lo que, en verdad, son tácticas de exclusión bien desde el nacionalismo lingüístico español, catalán, gallego, vasco, balear, valenciano y otros que ya apuntan maneras…
En consecuencia, las lenguas y sus dialectos no son seres con relevancia moral alguna. Aquí de lo que se trata es de corregir las políticas lingüísticas para restaurar una convivencia plurilingüe y feliz en todo el país que solo el abuso de los(las) poderosos (as) trata de embarrar. Si una lengua ha llegado a poseer una difusión superior a otra o si una variante dialectal ha sido ridiculizada o minusvalorada, ello no se debe a su calidad o superioridad lingüística intrínseca, sino a factores sociales, económicos, políticos y educativos de naturaleza exógena que justifican, de sobra, el anteproyecto de Ley contra la discriminación y/o exclusión de las personas por su forma de hablar que ya traté en mi artículo sobre la glotofobia o hablismo en este mismo medio. Léase.