La normalización de la mentira…

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¿En qué momento se ha pasado de considerar la mentira, el bulo, la calumnia, como algo inmoral y carente de ética, a ser algo socialmente aceptado por muchas (demasiadas) personas, como algo «cotidiano«, parte del día a día? ¿En qué momento se decidió que, si alguien de tu círculo social, de tu ideario político, de tus intereses económicos o culturales dice un embuste o una calumnia, se debe dar crédito y difundirlo como cierto?…

 

Aquellos a los que nos gusta la historia (del pasado siempre se aprende. Al menos para no repetir errores), recordamos cómo, por poner un par de ejemplos, en 1973, un Presidente de los Estados Unidos de América (Richard Nixon) tuvo que dimitir tras negar que había espiado a sus adversarios políticos. No perdió la confianza de su pueblo por la acción, sino por negar la verdad de los hechos. Años después, en 1998, otro Presidente (Bill Clinton) tuvo que enfrentarse a un Proceso de Destitución (algo muy anglosajón y usado sobre todo en regímenes presidencialistas), por negar haber mantenido relaciones sexuales con una becaria (Mónica Levinsky). Hoy día todo eso ha cambiado…

 

Los propios Estados Unidos tienen como Presidente a alguien que miente compulsivamente. Pero en Europa no estamos mejor ni mucho menos. En España (por no irnos muy lejos), tenemos no sólo a una oposición que hace de la mentira, el bulo y la falacia su estrategia cotidiana, sino a muchos de sus votantes que difunden masivamente esos embustes (muchos de ellos a sabiendas). ¿De dónde sale todo esto? ¿Qué ha ocurrido en los últimos años para esta degradación de la sociedad como conjunto?…

 

La estrategia viene de lejos y (como siempre) se apoya en el bajo nivel cultural de sus adeptos, entre otras cosas. El crecimiento de la Extrema Derecha (del fascismo, para entendernos), que usa las tácticas de Joseph Goebbels de repetir la mentira hasta «convertirla» en verdad, tiene buena parte de culpa de este crecimiento y aceptación de la mentira, de la desinformación. Pero esta desinformación necesita del apoyo de buena parte de la prensa mediática, además de las redes sociales, para crecer y expandirse…

 

Si la parte de la ciudadanía que no contrasta habitualmente la información que recibe (o sea, la mayoría) ve en televisión un relato parcial, un relato sesgado que responde a intereses ocultos (o sea, una mentira), termina por dar crédito a lo que ha visto y oído (salió por la tele). Lo mismo pasa con la prensa escrita: si aparece en un medio de gran difusión, no se comprueba la veracidad. Se toma como cierto y se comenta y difunde, lo que expande el bulo, la mentira, hasta donde haga falta. Ahí se tiene la batalla ganada por parte de los difusores de mentiras

El problema viene cuando el abuso constante de la patraña, de la mentira, acaba siendo aceptado incluso por quienes dudan de la veracidad del bulo. Cuando se acepta por propio interés. Y lo vemos a diario: lo hemos visto con las 7291 muertes de las residencias. Lo hemos visto con la Dana. Lo hemos visto con los incendios de agosto. Da igual el tamaño de la mentira, el echar balones fuera sin el más mínimo sentido de la cordura. Una buena parte de la ciudadanía traga sin rechistar y parece que acepta que le mientan como si no tuviera la menor importancia…

 

Otro ejemplo: en Canarias, sin ir más lejos, tenemos un Presidente del Gobierno que «acusa» (con razón, todo sea dicho) de fascista al líder del partido de los fascistas por sus detestables declaraciones sobre el buque Open Arms. Pero lo hace mientras «olvida» que gobierna con esos fascistas en dos municipios canarios y que lo hace en un tercero gracias a la abstención en su día de esos mismos fascistas. Pero se aceptan y se publican sus declaraciones obviando el ejercicio de hipocresía (y, por tanto, de engaño a la ciudadanía) que conllevan sus manifestaciones. No sólo engaño o fraude por su parte, sino también por esa parte (demasiada) de la prensa que se limita a publicar lo expresado sin la más mínima crítica, sin el menor contraste

 

Esta «institucionalización«, esta «normalización» de la mentira conlleva graves consecuencias para la sociedad: el uso de la mentira es usado como herramienta para modelar la percepción colectiva y hacerla afín a intereses particulares. Hace que aquello que antes fuera «intolerable» se vuelva poco más que «anecdótico«. Baja la capacidad de movilización y de protesta de la sociedad, al tomar la normalización del bulo como algo dentro de lo cotidiano

No podemos ser tolerantes con la mentira. Porque es, además, otra forma de corrupción. Porque lleva a la degradación del ser humano. No se le puede «quitar importancia» a la mentira, al bulo, porque va en contra de nosotros mismos. Porque paraliza nuestra capacidad de reacción. Porque su aceptación, su «normalización» afecta a nuestra voluntad y nuestra inteligencia (y eso, en definitiva, es lo que algunos quieren)…

Ángel Rivero García