Las familias de las víctimas no pueden creer que su cayuco acabara al otro lado del océano

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30 de mayo 2025/Agencias
Cinco de los 55 hombres que murieron en el cayuco que apareció hace un año en Brasil eran parientes de Ali Sokhona, un mauritano residente en Valencia. La búsqueda que él mismo puso en marcha hace un año desde España ha llegado a su fin, pero no todas las familias de Tachott, su pueblo, lo aceptan.

En febrero de 2024, tras 25 días sin noticias de su primo hermano Diadie Demba Sokhona, Ali decidió tocar a todas las puertas posibles para denunciar su desaparición: la de Diadie y la de cuatro chicos más de Tachott que habían partido con él hacia Canarias el 23 de enero desde Nuadibú: Sidi Daouda Sokhona, Hademou Boubou Sokhona, Demba Salou Sokhona y Mohamed Boubou Camara, todos parientes.

Conocía muy bien la angustia que se les venía encima a esas a familias, porque en 2020 ya pasó por el mismo trago: cuando se reactivó la Ruta Canaria, perdió a otros dos primos en una patera que nunca apareció, Fodie Ali Sokhona y Salya Diagare Sokhona.

De Fodie y Salya no ha vuelto a tener noticias. De Sidi, Hademou, Demba, Diadie y Mohamed, ahora tiene la certeza de que murieron de sed en el Atlántico, porque la Policía Federal de Brasil encontró indicios que sitúan a Hademou a bordo del cayuco que apareció en su costa; y con él, a los demás, pues viajaban los cinco juntos.

«La gente no se lo creía. ¿Cómo puede ser de Mauritania a Brasil? Pues mira, en tres, cuatro meses, puedes llegar sin motor. Solo con las olas, llegas Brasil. Es triste. La gente sigue con esa tristeza», relata a EFE este emigrante, que remarca que solo en su región, Guidimaka, hay más de 300 jóvenes desaparecidos en el Atlántico.

En Tachott, algunas familias sí han asumido que sus parientes han muerto, pero Ali Sokhona no cree que emprendan el proceso para comprobar si están entre los nueve cadáveres sin identificar que fueron enterrados en el cementerio de Belém. «Algunos piensan que ya está, que están muertos. No quieren reabrir la herida», explica.

Pero la «mayoría no cree que estén muertos», aunque no hayan vuelto a llamar, explica. «Piensan que están en el Sáhara o en Marruecos. Dicen que llaman a sus teléfonos y suena», relata.

«Yo soy superviviente de una patera, sé lo fácil que es morir en ella. Pero los padres nunca se han subido a una patera, no saben el peligro que comporta. Si lo aceptan, bien; si no lo aceptan, pues nada, pero la búsqueda está muy clara», argumenta.

En realidad, Ali no sobrevivió solo a una patera, sobrevivió a dos. Llegó a Canarias en una en 2006, cuando lo deportaron a Mali, porque se hizo pasar por maliense; repitió en 2007 y logró regularizar su situación. Hoy tiene su vida y su trabajo en España.

La segunda fue relativamente tranquila. La primera, no la olvida, porque se encontraron un oleaje fuerte en el Atlántico, embarcaban agua constantemente y pasaron siete días muy duros en el mar.

Uno de sus compañeros «perdió la cabeza» y se tiró al mar, otros dos murieron de sed. Las olas iban llenando la barca de agua, y los dos que desfallecieron murieron en el fondo, sin fuerzas para levantarse.

«Fue muy duro, muy triste. Pero gracias a Dios yo llegué, tengo suerte, estoy aquí trabajando y estoy bien. Los que no tuvieron suerte están muertos. Los que sí la tuvimos estamos aquí, en Europa, con los papeles, trabajando. La vida continúa», asegura.