Regeneración y Transición: recuperar el respeto

Casimiro Curbelo

Comparto el alivio de muchos españoles por el hecho de que el Presidente haya decidido seguir al frente de un Gobierno progresista para España y mantener la situación de estabilidad que nuestro país necesita. Otra cosa habría sido un grave error y un perjuicio para todos los ciudadanos. Lo que demandan los complicados tiempos que vivimos no son ausencias, sino presencias; no son deserciones, sino compromisos.

Es indeseable que sigamos en esta escalada de violencia verbal, con manifiestas faltas de respeto a la verdad y con el deseo de extinguir al adversario político. Los llamamientos hechos para que los partidos políticos pongan un poco de cordura en sus relaciones y de respeto institucional en sus comportamientos, es una apelación al sentido común para destensar la vida del país porque los políticos están dando muy mal ejemplo a los ciudadanos.

Creo que todos los partidos son corresponsables en el deterioro de la convivencia política y que en algún momento del pasado, por unos o por otros, se han tenido comportamientos insultantes o frentistas que han contribuido al deterioro de la imagen de nuestra propia democracia. No debería sorprendernos que esta política de bloques, de “ellos contra nosotros y nosotros contra ellos”, haya contaminado también otros espacios de la sociedad como, por ejemplo, los medios de comunicación. Algunos medios, al amparo de la libertad de expresión y de la función social de la prensa, la radio o la televisión, son capaces de lanzar informaciones que no han sido debidamente contrastadas o reproducir falsedades que pueden afectar al honor o la intimidad de quien tiene alguna responsabilidad pública. Muchos de esos bulos, que a veces no se rectifican, causan un daño irreparable.

Pero nada de todo esto pasaría si los partidos políticos no hubieran desgarrado las costuras de la crítica para pasar al terreno de la descalificación. Conozco a muchas personas que han ocupado un cargo público y han padecido una larguísima pena de telediario, soportando acusaciones y denuncias de otros políticos y padeciendo un enorme daño en su vida familiar y en su estima personal. Eso ha sido jaleado, cuando no utilizado, por unos partidos contra otros.

Aquellos que traían una nueva política y una forma novedosa de hacer las cosas, en realidad protagonizaron un aumento de la crispación. El manejo de los medios a través del combustible del populismo es un arma con dos filos igual de cortantes. Hay gente que cree que cualquier tiempo pasado fue mejor. Idealiza el pasado y piensa que la “vieja política” era más limpia o menos agresiva, pero no es cierto. La confrontación entre la derecha y la izquierda viene de lejos y vivió momentos de una enorme intensidad, especialmente contra el primer presidente socialista, Felipe González. Pero ciertamente jamás se han cometido tantos excesos y nunca se había vivido un clima de crispación tan profundo como el que hoy se respira en España.

Esto solo se puede solucionar con un pacto de todos por la estabilidad y la vuelta a la prudencia. Por desterrar y criticar comportamientos que se desvíen del respeto institucional. La crítica en democracia no solo debe ser admisible, sino que es imprescindible. Pero la crítica no es el insulto ni el recurso a la mentira o la intoxicación. Lo que hoy llaman regeneración democrática debe ser una obra similar a la de la Transición. Y si personas tan distantes ideológicamente fueron capaces de llegar a entendimientos y respetos desde la discrepancia, no veo por qué no puede darse ahora el mismo milagro.

No creo, sin embargo, que esa tarea se deba hacer con las leyes en la mano. Ni este ni ningún otro Gobierno debería plantear medidas que afecten, aunque sea mínimamente, a la libertad de expresión de los medios de comunicación, las redes sociales o los ciudadanos. Y me parecería muy desafortunada una intrusión mayor de la que ya existe de la política en el mundo de la Justicia porque, antes al contrario, creo que deberíamos profundizar y apostar todos por la mayor independencia de jueces y fiscales, como un necesario contrapoder al legislativo y ejecutivo. Debemos recuperar la sensatez y la mesura, pero antes que nadie los propios políticos.