Relato VOLVER AL CAMINO DE SANTIAGO
23 de mayo 2025
Eran las 5:30 de la mañana. Como todos los días, sincronizados, la pandilla se levantaba para iniciar la etapa del día del Camino de Santiago. Ya llevaban 6 hechas y habían desaparecido las agujetas de los primeros días. Habían decidido hacer el recorrido de una forma humilde, quedándose en albergues, pero la imposibilidad de dormir por las noches hizo que decidieran buscar hostales con habitaciones compartidas de dos en dos. Claro, entre los que salían de juerga por la noche porque se toman el Camino como una especie de vacaciones y llegan borrachos a altas horas intempestivas, y los que madrugaban más que ellas, para no coger el sol de mediodía por esos senderos de la Galicia interior, no pudieron dormir ni un rato la primera noche.
María era la líder natural del grupo y a la que todas preguntaban las acciones a realizar. Las 4 habían sido estudiantes de la Escuela de Artes y Oficios en Gran Canaria y habían sabido mantener la amistad incondicional cuando terminaron su periodo lectivo y se titularon. Estaban en fase de buscar trabajo; todos sabemos lo difíciles que son los comienzos para cualquier disciplina del arte. Quizás esa fue la razón que les motivó a visitar al Santo, a pedirle para que encontraran proyectos ilusionantes y pronto, para poder dejar de vivir de sus padres.
Ese día, como los demás, empezaba la rutina: se levantaban a las cinco y media, un aseo rápido y a las seis menos cuarto tenían que estar en la cafetería seleccionada el día anterior para el primer tentempié. Las cuatro, sonrientes, a las seis en punto salían, mochilas a la espalda, a hacer esos veintipico kilómetros que tocaba patear.
Como los días anteriores, entró un grupo de 4 chicos a desayunar. Desde el primer día habían coincidido en todos los desayunos. Igual de metódicos que lo eran ellas e igual de disciplinados. María ya notaba, más cada día, que los ojos se le iban a Joseph Tura, un joven gallego que hacía de anfitrión a una gente que se dedicaba a hacer películas que, aunque eran mexicanos, vivían en Madrid. Ese día, se sentaron en el sitio que quedaba libre al lado de las chicas. María osó iniciar un contacto que llevaba un par de etapas deseando, pero no se había atrevido a intentar.
—Tú eres gallego. No hablas como ellos. ¿De dónde son? —arrancó decidida.
—Mexicanos. Les estoy haciendo de guía y enseñándoles mi tierra, porque estaban muy empeñados en hacer el Camino, y me los traje. —contestó el joven con una sonrisa y una amabilidad que la enamoró un poco más.
—Qué bueno. ¿Y a qué se dedican? —interrogó ella un poco más, aprovechando la confianza que le daba la delicadeza mostrada, propia de todos los gallegos.
—Al cine. Están aprovechando para ver sitios para poder rodar películas. Yo colaboro con ellos algunas veces cuando necesitan a alguien que les busque localizaciones en España.
—Tío, el cine es mi pasión. Ojalá algún día pueda trabajar, haciendo de lo que sea, y participar en los rodajes, que es uno de mis sueños frustrados —contestó ella, poniendo un tono de soñadora, de las que creen que hablan de un imposible.
—Pues apúntate en una academia. Y si quieres un consejo, aprende las funciones de la Script. Nunca encuentro una buena Script y acabo yo haciendo las cosas. —Se inmiscuyó en la conversación Guillermo, el ayudante de director de la directora Sandy Zuko para la que trabajaban todos los componentes de esa peregrinación que finaliza besando el hombro del Apóstol Santiago.
A una voz de «¿Salimos ya?» de una de las chicas, todos se pusieron en pie, pagaron sus cuentas y comenzaron la etapa. Para los que lean este relato y sean inexpertos, tengo que contar que el ritmo de caminar tiene que ser personalizado. Es decir, cada uno tiene que llevar el ritmo de pateo que el cuerpo le pida. Si van más rápido de lo que pueden, se cansan. Pero es que, si van más lentos, también. Esta es la razón por la que los grupos se rompen desde el comienzo de la etapa. Algunos se reencuentran por el sendero y otros se ven al final de la caminata en el sitio que han convenido desde antes de salir de la localidad de partida.
Y así que se fueron. María, muy hábil, dejó que Joseph caminara más rápido que ella. Pero lo tenía acechado desde la lejanía. Habían salido de Palas del Rey y tenían que llegar a Arzúa, donde se fabrica el famoso queso de tetilla que tanto les había comentado el gallego a sus compañeros mexicanos. Eso haría un total de unas 6 horas y media de paseo. Los dos grupos, por su cuenta, habían quedado para reponer fuerzas y comer algo en Melide, casi a mitad de camino. Ella lo escuchó y trazó un plan. Dejaría al gallego caminar solo durante una hora y luego, con una fingida casualidad, lo alcanzaría para seguir hablando con él. No llegó ni a media hora cuando decidió alcanzarlo; la ansiedad por ello pudo más que su estrategia. Dos horas de conversación animada los llevó al punto en que se separaban para reintegrarse a sus respectivos grupos.
Hablaron de muchas cosas. Ella le contó que los 4 eran aprendices de artistas, pero ninguna había conseguido un trabajo relevante todavía. Ganaba algo de dinero haciendo dibujos para una agencia de publicidad, pero no era lo suficiente para independizarse. Él le contó cómo acabó trabajando en el cine. Realmente era delineante en un prestigioso despacho de arquitectos de su tío en Verín, sitio en el que nació. No le encantaba, pero era feliz con un buen sueldo y cerca de sus padres. Estudiando en la Universidad Complutense de Madrid, conoció a Guillermo y compartieron habitación mucho tiempo. Hasta que el mexicano se enamoró de una paisana suya y cambió los estudios de arquitectura por los de cine. Y por amor a ella, dejó la carrera; pero no la fidelidad a los viejos amigos. Y así, por esa amistad es por lo que, cuando necesitan visitar lugares nuevos para las películas, lo llaman a él y no a otro.
La confianza creció en forma de amor en los dos corazones a la misma medida. Se podría decir que, en esas dos horas, surgió el amor. No se volvieron a ver en el tramo que quedaba. Como que se respetaron la intimidad para no descubrirse sus sentimientos. Los dos grupos llegaron a Arzúa en la noche de San Juan. El ayuntamiento había preparado una fiesta en el Recinto Ferial en el que, además, se hizo una elección de Miss Peregrina. El premio recayó en Vanessa, la más guapa del grupo de canarias y que, si como artista no había despegado, como modelo ya había hecho varias cosas medio importantes. En un momento de la noche, acompañados por la discreción y los cuatro cubatas que llevaban encima, María y Joseph se desmarcaron y se fueron a una calle menos transitada. Allí, se besaron con pasión por primera vez. Habría mucho más beso por el camino hasta que llegaron a Santiago de Compostela un día, por la mañana, frescos y descansados.
El grupo de los chicos decidió hacer la machada y realizar casi dos etapas el día antes de llegar al destino de la Catedral de Santiago. Hicieron la marcada en los mapas por la mañana desde Arzúa hasta O Pino y, por la tarde, desde O Pino hasta el Monte do Gozo, donde se alojaron en el hotel y lavaron la ropa. Así, para el último día solo les quedaba un tramo de 1 hora de camino cuesta abajo. Llegaron descansados, hicieron la larga cola para abrazar al Santo y fueron a la oficina de Atención al Peregrino de la capital para recibir su merecida Compostela, certificado acreditativo de haber realizado la peregrinación.
Ellas, por otro lado, hicieron la noche en O Pino. Todas menos una. María, previa consulta a sus compañeras, pidió permiso para irse con el grupo de los chicos y dormir en el Monte do Gozo con Joseph. Todas, por supuesto, amigas incondicionales, le dieron la bendición. Eso, a cambio de que ella les haría la cola cuando ellas llegaran exhaustas a los pies de la Catedral y poder abrazar a Santiago sin la espera rutinaria de los demás peregrinos. Trato hecho y todas felices.
Ahora, María y Joseph habían quedado unidos por el Camino. Pero les quedaba la peor parte. La ruta se había acabado y tocaba despedirse. Hubo lágrimas, muchas lágrimas. En el regreso a Canarias, las chicas arroparon a su amiga. Sentían un poco de envidia porque sabían que había vivido una experiencia de la que no se iba a olvidar jamás. Las demás también, pero ella mucho más.
Los chicos felicitaban a Joseph por la conquista. Ya saben, las cosas que hacen los machos para sentirse más hombres. Pero a él, María no le había parecido una presa y quizás se sentía él el botín de la caza de ella. Aun así, sonreía a sus amigos aprobando sus agasajos, intimando sus emociones.
Una cosa que nos ha traído la tecnología es que las personas pueden sentirse muy cerca, estando muy lejos. En el momento que les cuento, todavía no había videoconferencias por móvil ni esas cosas. Pero existían las conexiones de video de ordenador a ordenador por medio del Skype. Ninguno tenía cuenta, pero se la abrieron para verse, hablarse y, lo más importante… sentirse.
Unas semanas de muchas horas de sesiones de conversación los llevaron a la necesidad de verse de nuevo, de besarse, de tocarse. María, aprovechando el dinero de un trabajo que hizo para la agencia, se fue a conocer el pueblo de Joseph y al resto de la familia Tura, a la que ya había visto a algunos miembros por video. Verín es una localidad orensana cruzada por el río Támega y a poco más de 10 km de la frontera con Portugal. Y allí que se fue. Y vivieron una semana monumental. Por un lado, porque visitaron muchos monumentos y porque lo que vivieron fue para hacerle uno, y enorme. A ese viaje le siguió uno de Joseph a Las Palmas de Gran Canaria, donde nunca había estado. Aprovechó y se dejó acompañar por su Guillermo, el ayudante de directora de cine, para ver más localizaciones. Así fue como María, medio ennoviada con su chico y siendo alumna exclusiva del mexicano. En este primer viaje, se comprometieron a que ella iría a Madrid a los rodajes en los que él le enseñaría el oficio de Script y ella le enseñaría la ciudad a Sandy Suko, la directora de sus películas.
Los padres de María empezaron a apoyarla con financiación a sus cada vez más constantes viajes a Madrid y a Galicia. Iba consolidando la relación y ya empezaba a hacer algunos trabajos en el cine con los que poder seguir pagando los viajes. Y así, poco a poco, se empezó a hacer imprescindible como script en los rodajes que se hacían en Madrid y Gran Canaria. Y, en la agencia en la que trabajaba, le dieron puesto fijo en los rodajes de spots de publicidad de productoras alemanas que venían a rodar a Canarias por su seguro de “buen sol” durante todo el año.
Y esto llevó a la pareja a una encrucijada. ¿Iban a seguir así toda la vida? ¿Viéndose por Skype o a días sueltos cada vez que podían? Un día tenso, de discusión a través de sus respectivas pantallas de ordenador, llegaron a lo que, por lógica, iban abocados. O juntarse del todo… o dejarlo.
Y no se lo van a creer, pero la decisión más salomónica que encontraron fue lanzar una moneda al aire. Si salía cara, él buscaría trabajo de delineante en Canarias y, si salía cruz, ella buscaría trabajos artísticos en Galicia. El resultado fue el alquiler de un pisito cerca de la Playa de Las Canteras, en el que vivieron hasta que decidieron casarse. Como estaban viviendo en las islas, la boda sería costeada por los padres del novio. Se decidió que los esponsales se celebrarían en Arzúa, donde se dieron el primer beso, y la celebración en Verín, en el pazo de la familia Tura en las afueras del pueblo. Y todo salió como en un sueño de hadas. Ella lloró al ver que en la invitación de boda estaba firmada por los novios: Joseph y María Tura.
Los meses y los años pasaban y el esposo no encontraba un trabajo acorde a su valía y tenía que aguantar los constantes reproches de su padre para que el matrimonio se asentara en Galicia. Pero a ella le iba bien, crecía su prestigio y podían vivir los dos humildemente con el dinero que juntaban entre ambos y por eso se resistían. El problema gordo llegó cuando decidieron tener un hijo. No había manera. La frustración de él y las cargas de trabajo de ella fueron debilitando la unión. Los días empezaban a parecerse unos a otros. La madre de Joseph, con la que hablaba todos los días, ya estaba notando que las cosas no iban bien. No quiso preguntarle a su hijo y esperaba que fuera él quien tuviera la suficiente confianza para hacerlo. Pero no lo hacía, intentando vestirse con una capa de dignidad, que era tan fina que dejaba transparente el verdadero trance por el que estaba pasando la pareja. Seguín intentando, pero de hijos, nada de nada.
Llegaba el 40 cumpleaños de ambos; la casualidad o el destino quiso que los dos hubieran nacido en la misma semana. Una mañana, recibieron una llamada de una agencia de viajes. En completo acento gallego les informaba que les habían regalado un viaje para celebrar su cumpleaños en Verín. Obvio que sabía que el patriarca de la familia lo había mandado organizar. Ellos solo tenían que ponerles la fecha a los boletos de avión y preparar la maleta. E, ilusionados, lo hicieron. Además, Joseph estaba queriendo ir a ver a la abuela que había salido del hospital hacía poco y le apetecía mucho abrazarla. Además, también podían ser unos días de alejar el aburrimiento imperante en la casa.
Se montaron en el avión y rumbo a Galicia. Allí les esperaban los padres de él en el aeropuerto de Vigo para llevarlos a casa. Primero pasaron por casa de la “avoa”, que es como se llama en esa tierra a las abuelas. Y luego, cansados, se dispusieron a alojarse en casa de los papás. Estos que les tenían reservada una sorpresa final. Al entrar, y en medio del salón, se encontraron dos mochilas, pertrechadas ya para ser usadas en una ruta por senderos y, a su lado, los dos palos con los que la pareja hizo el Camino varios años antes. Se miraron y los dos entendieron con la vista que les estaban invitando a hacer el Camino de Santiago, de nuevo. ¿Saben esa mirada de “pregunta sin hablar” en la que los dos se están interrogando qué hacer? Esa que solo tiene una respuesta: O sí o no. Pues la rompió María al coger el palo de Joseph y entregárselo en la mano. Él entendió y se abrazaron.
Esa noche, la hicieron en un hostal de Sarria y, como bien disciplinados, se levantaron todos a las 5 y media, desayunaron en una cafetería que habían localizado por la noche y a las 6 ya estaban de ruta por segunda vez en sus vidas. Lo demás lo dejaré a la intimidad de la pareja. Solo les contaré que por el camino se besaron mucho, hicieron el amor como poseídos por una renovada pasión y la armonía entre ellos resurgió.
Ah, y que tres meses después ella empezó a notar que su cuerpo cambiaba y quiso estar segura. Una vez que se había cerciorado, le pidió a su esposo que la fuera a buscar al trabajo y se lo llevó de paseo a la zona del Confital, más allá de la Playa de Las Canteras, para decirle que estaba embarazada.
[FIN]