Sentirse de Canarias: una identidad que no se rinde *
Ser canario, sentirse de Canarias, no es solo una cuestión geográfica. Es un sentimiento profundo, una forma de ver la vida, una herencia cultural que persistido al tiempo. Sentirse de Canarias es amar con orgullo una tierra que ha sido puente entre continentes, pero a la vez, víctima de un centralismo que no nos ha entendido ni valorado en su justa medida. En este contexto, hablar de identidad desde un punto de vista nacionalista no es una moda ni un capricho: es una necesidad vital.
Nuestra música tradicional es mucho más que bailes en trajes típicos en las plazas. Es la expresión viva de un pueblo que ha sabido guardar su memoria a través del timple, de la isa, la folía y la malagueña. Cada nota de nuestras músicas tradicionales es un acto de resistencia, una afirmación de nuestra existencia cultural frente a la homogeneización global. Porque el folclore no es pasado: es una forma de presente y de futuro. Es lo que nos diferencia y lo que nos une como pueblo archipelágico.
Nuestras tradiciones, muchas veces vistas desde fuera con una condescendencia exótica, tienen un valor profundo que configura nuestro carácter. Nuestra gastronomía, las romerías, las fiestas de las cruces de mayo, el salto del pastor o el silbo gomero no son “curiosidades turísticas”: son patrimonio vivo de un pueblo que, a pesar de la diáspora, conserva sus raíces firmes. Y es precisamente en esa defensa de nuestras raíces donde se asienta una identidad canaria fuerte, resistente y orgullosa.
Lo mismo ocurre con nuestros juegos tradicionales. La lucha canaria o el juego del palo no son simples pasatiempos. Son expresiones físicas de nuestra historia, de la manera en la que nuestros antepasados entendían el cuerpo, el honor, y el compañerismo. Cada vez que un luchador pisa la arena o un niño lanza una bola en una cancha improvisada, estamos reivindicando algo que es exclusivamente nuestro.
La idiosincrasia canaria, con su mezcla de hospitalidad, humor y nobleza, nace de siglos de aislamiento, de migraciones forzadas y de supervivencia en una tierra dura, pero generosa. Nuestra manera de hablar, de relacionarnos, de contar historias, de resistir el olvido… Todo eso forma parte de un ser canario que no se deja reducir a clichés turísticos ni a discursos políticos centralistas.
Desde una óptica nacionalista, debemos dejar de pedir permiso para sentirnos canarios con voz propia. Nuestra identidad no necesita ser validada desde fuera. Necesita ser vivida, defendida y transmitida desde dentro.
Defender nuestra identidad no es ir contra nadie, es ir a favor de nosotros mismos. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
*Fran Hernández
Secretario general de Coalición Canaria La Laguna